El Templo de Apolo en Delfos, situado al pie del monte Parnaso, era un centro de peregrinación. El oráculo divino era dictado por boca de una mujer, la Pitia, y un hombre, el Profeta. Tras la pregunta del devoto, la Pitia, inclinada sobre un alto banquillo, entraba en trance mientras inhalaba un sahumerio y bebía del agua que manaba de la fuente sagrada. Si sus palabras no resultaban comprensibles el Profeta ayudaba a entenderlas.