martes, 10 de marzo de 2009

Comentario de un texto extraído de la Crítica a la Razón Pura, de I. Kant.

Immanuel Kant: la sensibilidad y el entendimiento

Si llamamos sensibilidad a la receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones, llamaremos entendimiento a la capacidad de producirlas por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible, es decir, que no contenga sino el modo según el cual somos afectados por objetos. La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra: sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido, son vacíos; las intuiciones sin concepto, son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la intuición), como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos). Las dos facultades o capacidades no pueden intercambiar sus funciones. Ni el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento solamente puede surgir de la unión de ambos. Mas no por ello hay que confundir su contribución respectiva. Al contrario, son muchas las razones para separar y distinguir cuidadosamente una de otra. Por ello distinguimos la ciencia de las reglas de la sensibilidad en general, es decir, la estética, respecto de la ciencia de las reglas del entendimiento en general, es decir, de la lógica.


Crítica de la razón pura
,
A51-B75. (Alfaguara, Madrid 1978, Edición de Pedro Ribas, p. 93).



Comentario
Lo que tiene de interesante este texto de Kant, tal vez uno de los más citados a la hora de ensayar alguna visión general del sistema desarrollado en la Crítica a la Razón Pura (CRP: 1ª ed. 1781, 2ª ed. 1787: entre una edición y otra escribe Sobre la fundamentación de la metafísica de las costumbres: 1785) es la asimilación que en el mismo se expresa entre ciertos elementos propios de la gnoseología racionalista (el principio de la intuición) y otros elementos, que podrían suponerse antitéticos al racionalismo como serían los del empirismo (el principio del sensualismo, que podría relacionarse también con la gnoseología aristotélica: lo conocido está en el sujeto que conoce según su propia naturaleza: cognitum est in cognoscente...). Y es así que cuando Kant afirma que “nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible” está de hecho ensayando una síntesis entre tales principios hasta el momento opuestos e inasimilables. Esta asimilación tiene un precedente claro en una crítica al juicio —anterior a su Crítica del juicio, de 1790— y en el establecimiento de la posibilidad de los juicios sintéticos a priori (jsap), en tanto que con éstos se supera la clásica y hasta el momento vigente división de los juicios o proposiciones como analíticas a priori (las propias de la intuición, las que dan elementos para la deducción), y las sintéticas a posteriori (las propias de la sensibilidad, las que aportan objetos que solamente podrían ser descritos como tales). Es en el extenso prólogo a la CRP donde Kant, antes de introducirse en el estudio de las formas a priori espaciales y espaciotemporales propias de la percepción humana (de las intuiciones sensibles) establece la excelencia del discurso científico al afirmar que en éste encuentran su ubicación estos jsap, juicios éstos con los que habrán de expresarse unas leyes que desde su universalidad se proyectan hacia la particularidad relativa a los objetos que están bajo el dominio de aquéllas. Y será partiendo de esta base que Kant escriba las primeras páginas de su Estética Trascendental (la 1ª de las tres partes que constituyen el grueso de la CRP), parte ésta en la que se establecerán los modos en los que tiene lugar esa “receptividad que nuestro psiquismo posee” al que se refiere la primera línea de nuestro texto.

Leemos en el texto que se nos da a comentar que “La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento”. Con esta afirmación Kant vuelve a manifestar otra vez esa vertiente criticista y asimiladora de tradiciones opuestas que es, seguramente, el rasgo más característico de su pensamiento, y también el que da su dimensión, verdaderamente extraordinaria, a su doctrina y a la totalidad de su obra. Y es que esa ‘capacidad de pensar el objeto de la intuición’ es referible a aquellas (intuiciones) gracias a las cuales somos capaces de representarnos los objetos de nuestro conocimiento posible, esto es, de representarnos los fenómenos como ‘envueltos’ en una malla espacial y posicionados en una secuencia espacio-temporal constituyéndose de esta manera como objetos de un entendimiento que referirá inmediatamente tales objetos a los juegos categoriales gracias a los cuales aquellos objetos serían potencialmente asimilables por esta facultad superior de nuestro psiquismo y/o de nuestras facultades cognitivas. V. gr: tal objeto es único o es vario; está limitado por; es inherente a …; depende como efecto de …; es contingente, pero no es posible (o sí lo es)… etc. Ahora bien para que el entendimiento sea capaz de pasar por el alambique de las intuiciones puras del entendimiento (el alambique de las doce categorías) tales objetos ha sido necesario que éstos, como fenómenos, hayan sido percibidos como formas espaciales y espaciotemporales en esa fase previa que constituye la intuición sensible, fase que viene fisiológicamente condicionada por nuestro complejo sensoperceptivo externo e interno: con la sensibilidad externa afirmaremos una intuición espacial, y con la interna superpuesta a la externa otra espacio-temporal. Es, desde luego, un discurso potente y revelador, ahora bien no es estrictamente original (en realidad la originalidad en Kant sería más bien un defecto: tal es su espíritu crítico), y es que nos resultaría muy difícil atendiendo a esta doctrina sobre la sensibilidad y el entendimiento como facultades cognitivas superiores y propias del ente humano no acordarnos de ese ‘entendimiento agente’ aristotélico capaz mediante una facultad abstractiva de establecer contenidos lógicamente universales partiendo de materiales empíricos y particulares. En cualquier caso esa síntesis que se expresa en la tan celebrada sentencia kantiana “(…). Los pensamientos sin contenido, son vacíos; las intuiciones sin concepto, son ciegas”, que puede leerse en nuestro texto y que apunta directamente al núcleo mismo de la gnoseología trascendental kantiana, es un producto genuinamente kantiano que establece de una forma clara y contundente un límite cierto para nuestro conocimiento posible (en tanto que atendemos a los fenómenos, esto es, a los objetos de las intuiciones sensibles).

Para concluir con nuestro comentario nos gustaría apuntar que partiendo del extracto que se nos ha ofrecido no hay oportunidad, más que de una forma defectiva, de referirnos a otro concepto verdaderamente crucial en esta crítica integral a la razón pura acabada por Kant: el concepto de noúmeno o ‘cosa en sí’. Ahora bien, no nos resistimos a dejar apuntada la observación de que estas “dos facultades o capacidades” que “no pueden intercambiar sus funciones”, ya que ni “el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada”, es decir la intuición sensible y el entendimiento no cubren de hecho el dominio íntegro de lo que es la realidad para la inteligencia humana como un inteligible (como algo de lo que es lícito hacerse preguntas), ya que hay un dominio que existe para nosotros aunque solamente sea de una forma ‘horizontal’ (de horizonte’). Este dominio justifica un saber que, aunque no es posible como ciencia, genera un discurso del cual no podemos sustraernos y al que habrá que buscar su justificación: el de la metafísica.

10/III/2009

1 comentario:

Juan Mayer dijo...


Santiago de Compostela. 20/4/16

No hay quien entienda el texto, esta todo muy junto. Explicas en una misma frase 5 conceptos distintos todo junto y hace que te pierdas al leerlo. Al terminar de leerlo la primera vez no sabes ni que acabas de leer. Deberias hacerlo más claro y conciso.



Un cordial saludo.

Juan Mayer, profesor de filosofía en I.E.S. Arcebispo Xelmirez I