Elementos de la
psicología platónica
El arte diairético de la dicotomía (dicotomía,
διχοτομία, división en dos partes) es una parte importante del método platónico —que no es sistémico; al menos en
su vertiente exotérica— para acercarse al conocimiento. Y consiste en ensayar
definiciones de las entidades significándolas en una sucesión de conceptos
cuyos pares opuestos han ido excluyéndose sucesivamente hasta que la definición
se da por acabada (hasta que se entiende que es suficientemente significativa).
Ejemplar es, por lo irónica y por lo dicotómica en su proceder la definición de
‘sofista’ que un extranjero le arranca a Teeteto en El Sofista precisamente: [ver texto en recuadro].

Sin embargo lo dicotómico en Platón,
aparte del mérito de haber procedido lógicamente de acuerdo con el principio,
aún no enunciado, del tercio excluso (lo hará posteriormente Aristóteles
en su Órganon: entre dos conceptos cualesquiera no caben más que dos
relaciones lógicas: la de identificación y la de desidentificación: A es B, o A
no es B, y no existe una tercera posibilidad), es mucho más determinante en los
campos gnoseológico y ontológico que en el lógico-formal. Y seguramente no será
demasiado incierto pensar que en parte tuvo quer ser ese carácter fuertemente
dicotómico que tiene todo el sistema platónico, fundamentado en la oposición
espíritu-materia, el que llevó a este pensador a buscar en esa secuencia
dicotómica de la diaíresis un correlato metodológico de aquella otra dicotomía
ontológica (la referente al nombrado binomio espíritu-materia) que es la que
determina la existencia en todos sus planos.
Sea como fuere lo cierto es que el
ente humano (ἄνθρωπος:
anthropos) desde la antropología platónica se afirma como una
dicotomía cuerpo-alma fuertemente contrastada —un complejo psico-somático—. Y
que es también de autoría platónica la primera psicología sistémica y acabada
de la historia del pensamiento occidental. Según ésta el cuerpo (σῶμα) es la parte determinada o
material de la entidad antrópica, aquélla de la que tenemos noticias en la
experiencia sensible, mientras que el alma o psiqué (ψυχή) es la parte indeterminada y espiritual, aquélla en la que
reside la potencia de saber, el logos, la razón. El alma es para Platón la
forma del cuerpo. Y la forma es precisamente aquella propiedad que tienen los
entes de participar en las Ideas, propiedad de fundamento espiritual o sutil (πνεῦμα : espíritu) sin la cual no sería posible ningún intento de sinagogué
(de ascenso: ver cuadro sinóptico a propósito del ejemplo de ‘la línea’ en el
epígarfe anterior). Por esto del alma no podemos recabar noticias en la
experiencia sensible sino, introspectivamente, en el hecho mismo del
conocimiento. Siendo por cierto esta ciencia, la que trata del alma, una de las
más excelentes (tal como se expone en Fedro contra las tesis sofísticas
de Lisias a propósito de una correcta definición del del amor).
Y es en
este mismo diálogo, Fedro, que es el más avanzado de su época de
madurez, en el que Platón retoma, con ánimos de sentenciarlo definitivamente,
el mismo tema que ya fue objeto de discusión en El Banquete (el tema del
amor contra las opiniones de Agatón, otro sofista. En Fedro se sigue
abundando, como en El Banquete, en algunos detalles acerca del amor
homosexual masculino que pueden hacer escabrosa su lectura a lectores poco
propensos a considerar que toda moralidad de lo erótico, incluida la nuestra,
es relativa a las culturas y a los tiempos históricos que les sean propios, y
que desconozcan que la homosexualidad en la antigua Grecia tenía un tratamiento
institucional). El segundo tema que ocupa la extensión de Fedro es
también eminentemente psicológico: el de la naturaleza inmortal del alma
humana, tema que es por cierto recurrente en los cuatros diálogos del periodo
de madurez [ver cuadro ‘obras de Platón’] y que es tratado casi
monográficamente en Fedón, el diálogo en el que se da cuenta de la
última noche de Sócrates, y en el que Sócrates demuestra por última vez,
dialécticamente, que el alma es inmortal. En Fedro propone Platón el
mito del auriga y el carro alado. Según éste el alma no se circunscribe al
ámbito exclusivo de la razón, sino que también está materialmente interesada en
otras facultades no tan superiores pero igualmente ‘psíquicas’, como de hecho
lo son la voluntad, las pasiones, y los instintos o apetitos. Esto es lo que se
propone participarnos Platón al presentarnos esta bella metáfora en la que un
auriga que conduce dos caballos y que forman –el auriga y el tiro― un complejo
‘alado’ que forma parte del séquito de algún diós consigue domeñar las fuerzas
de su ‘caballo díscolo’, que es aquél que siente atracción por lo que está más
abajo, de tal manera que puede por algunos momentos observar, en el límite de
la bóveda celeste, el ‘valle de la Verdad’, el lugar en el que están las ideas
(el hyperouránios topos: ὑπερουράνιος τόπος) y en el que reina la misma idea de
Bien, que es la que domina tanto en ese topos como en cualquier ámbito de la
realidad. Sin embargo las exigencias de aquel caballo díscolo hace que el
auriga ceda y vuelva hacia lo más bajo, hacia la tierra, hacia el topos
aisthetós (τόπος αἰσθητός), el lugar de las sensaciones, produciéndose así el
olvido de lo que ‘ha visto’, dada la naturaleza eminentemente eidética de aquel
paisaje. La filosofía consistirá entonces en un intento de recordar lo que ya
se había contemplado: un ejercicio de anamnesis (ἀνάμνησις).
En cuanto al tema de la inmortalidad del alma
y partiendo de estos presupuestos dicotómicos establecidos desde el principio
de la oposición espíritu-materia, que tienen su proyección hacia el ente humano
con el binomio soma-psiqué (cuerpo-alma: el ahora llamado ‘complejo psicosomático),
hemos de señalar el carácter limitado, finable, corruptible y material que
tiene todo lo somático y todo lo que le concierna o le interese (el
conocimiento corporal o sensible también), por oposición al carácter
indeterminado, eterno, inextenso y espiritual que tiene lo psíquico (lo
anímico), incluido el conocimiento psíquico basado en la Razón que se dirige
hacia la contemplación (o hacia el recuerdo: la anamsesis) de las ideas y de
‘la Idea’ que corresponderá a la ‘idea de Bien’. De aquí no puede seguirse otro
tipo de gnoseología que ésta, la platónica, determinada en un primer plano por
el desprecio de todo lo relacionado con el conocimiento sensible, con el mundo
del fenómeno, en el que cunden las opiniones y las conjeturas, y el encomio o
la magnificación de todo lo relacionado con el conocimiento intelectivo
superior (razón: dianoética (de dianoia: topología, geometría, matemáticas son
sus disciplinas más propicias), y noesis o contemplación, que en este mundo
sólo será posible de una forma extática o ‘raptada’). No debe suponerse que en
Platón hay una gnoseología desarrollada y sistémica, como sí la habrá en su
discípulo Aristóteles de Estagira.
Él mismo
al acercarse a no pocos problemas ‘científicos’ (más propiamente, epistémicos (de episteme, ἐπιστήμη, traducible por ‘ciencia’:
conocimiento que persigue el acercamiento a la verdad: a la aletheia, ἀλήθεια) señalaba que
a lo máximo a lo que podíamos aspirar en este dominio en el que nos encontramos
ahora (en la tierra: abajo: en el topos aistethós: en el lugar del que tenemos
noticias por nuestros sentidos: en la caverna) es a un conocimiento por
analogía o semejanza. Así lo expresaba, por ejemplo, en Fedro a
propósito del planteamiento del problema del conocimiento del alma (ver
recuadro).
Ética y Política
platonianas
A pesar de la identificación con
el pensamiento y la doctrina moral de su maestro Sócrates, que Platón profesó a
lo largo de toda su vida y de su largo magisterio, lo cierto es que hay en la
Ética platónica (en la Filosofía moral de Platón) una línea rigorista que lo
coloca en las antípodas de otras tendencias morales que vindicaban también la
herencia de Sócrates para su constitución; así, por ejemplo, el caso de
Antístenes (365 aC), fundador de la ‘escuela cínica’, que con su presencia en
la celda en la que Sócrates vive sus últimos momentos y pronuncia sus últimos
discursos (tal como se cuenta en Fedón) parece estar vindicando la misma
posibilidad de aceptar ese legado para desde él desarrollar un pensamiento moral
opuesto a sus mismos presupuestos (pero es que en esta aparente contradicción
hay también rasgos socráticos, en este caso fuertemente mediatizados por el
recurso a la ironía). Efectivamente, Antístenes, que fue discípulo de Sócrates
después de serlo del sofista Gorgias encontró en algunas prácticas socráticas
como las de la autarquía existencial (Sócrates en el mercado: “¡cuántas cosas
que no necesito!”, según Diógenes Laercio) o la de la independencia de los
criterios al uso (analizar las proposiciones dadas por válidas con la finalidad
de fundamentarlas o desestimarlas), y hasta en la gesta filosófica que supuso
la autoejecución de la pena de muerte a la que condenó al sabio el Tribunal
Ateniense, la base práctica de otra filosofía de lo moral que, en el caso de
Antístenes, se basaba en:
·
la
consecución de la felicidad (εὐδαιμονία),
·
la
autosuficiencia moral.
· el
repudio de las leyes que son aceptadas por el mantenimiento frecuente de su
vigencia (αὐτάρκεια, autarquía moral, y αὐταρχία, autarkhía, o dominio de sí), aunque
no por su interiorización por parte del sujeto moral.
· y también en el abundamiento en un estado o
condición de ανομία (a-nomos: sin ley o ‘opuesto a la ley’) por
oposición al acatamiento a las leyes cuando estas tienen solamente un carácter restrictivo;
· además
de en la búsqueda de la armonía con la naturaleza, tanto con la naturaleza en
sentido universal (φυσις: physis) como con
la naturaleza humana.
Tales eran, pues, las bases de una
filosofía moral, la de Antístenes, que aunque hubiera que suponerla
fundamentada en el magisterio de Sócrates era de hecho inasimilable a la de
Platón por más que esta se reclamara como genuinamente socrática. Sin embargo Platón, como
Antístenes el cínico o como Sócrates ‘el más sabio de los hombres’ (Platón, Fedro), hace de la consecución de la
felicidad (del eudemonismo) la proa de su sistema moral. Mas en Platón tanto la
consecución como el establecimiento de esas metas morales ha supuesto la previa
asunción o ‘previsión’ de un grado de excelencia que sólo desde el disfrute de
un estatuto muy privilegiado (el propio del sabio paradigmático) podría
realizarse. Así pues, para Platón sólo se es feliz, en el sentido excelente o
eidético que tal término tiene o puede tener, cuando se actualizan al máximo
nivel las virtudes del alma (la templanza, la fortaleza de ánimo, la
prudencia), actualizaciones que sólo serán posibles si se dominan los impulsos
y las exigencias corporales y se abunda en la vía del conocimiento del Bien. La
correspondencia de cada una de esas virtudes con sendas partes del cuerpo
(vientre y genitales; pecho; cabeza: alma concupiscible; alma irascible; y alma
racional: otra vez podríamos recordar el mito del auriga y los dos caballos de Fedro),
y las exigencias tanto de domeñar los impulsos corporales que las pueden
impedir o lastrar (a las virtudes del alma), como de superar los temores de la
voluntad que las pueden malograr, acabarían por definir una doctrina
psico-moral jerarquizada y de vocación ascendente o espiritualista mucho más
apta para filósofos y ‘hombres rectores’ que para el resto de los mortales. Como
no tiene el mismo Platón inconveniente en reiterar en sus diálogos (esta misma
idea de una ‘moral para sabios’ la desarrolla en República y Fedro más
extensamente; también en Menón, Gorgias, Fedón, y Apología).
El traslado que tiene el esquema
psico-moral platoniano antes expuesto a su doctrina política es inmediato: la
polis excelente, la polis eidética, aquella en la que se realizan los ideales
de justicia que han de ser, por dictado de la sabiduría, los propios de cualquier
polis, esa ciudad que es un reflejo del orden del cosmos al que se refiere
Heráclito de Éfeso en el primero de los dos fragmentos con los que cerramos
esta unidad (ver cita al final), sólo será posible si la rigen los que están
dotados para acercarse a su conocimiento, los que pueden saber de ella: los
sabios. Así pues el mejor régimen político no es la democracia, que, como
régimen corruptible que es, puede cometer y de hecho comete injusticias tan
crasas como la que costó la vida a Sócrates; ni lo es la demagogia, la tiranía
despótica, la república, o la oligarquía, regímenes todos ellos susceptibles de
ser nalogarados por el carácter propio o las condiciones de sus ejecutores o
rectores, sino que es la dictadura de los sabios (ejercida por los ‘filósofos
arcontes’ o ‘basileis’, ‘βασιλείς’). Sólo éstos, operando desde una estrategia
paidética serán capaces de definir unos objetivos de convivencia idóneos para
actualizar la idea de una Atenas (o de una Siracusa, de una Esparta, o de una
Tarento, tal como ocurría bajo la égida de Arquitas, el Arconte Basileus de
Tarento...) ideal, y de promover las acciones de los ciudadanos, agrupados en
clases, que la hagan posible.
Estos grupos o clases de
ciudadanos (‘clase’ en un sentido sociológico bastante fatídico: es el
nacimiento el que decide el lugar social de cada uno) determinarán tres
estamentos sociales que también tienen su correspondencia con el esquema
psicomoral de las tres virtudes antes referido. Serán los agricultores,
pastores y artesanos, o trabajadores, que constituyen el vientre del organismo
político, y que representan la escala social más inferior, destinados a
satisfacer las necesidades más materiales de la polis; por su parte los
soldados y la oficialidad militar constituyen el segundo orden político en
sentido ascendente, en correspondencia con el alma irascible controlada con la
fortaleza del ánimo, que es la virtud que ha de distinguir al estamento militar
(el ‘pecho’ de la polis); final y superiormente estarán aquéllos cuyos
cometidos políticos se supeditan a las previsiones, propuestas, sanciones y
mandatos de los filósofos rectores, los ‘arcontes’, que son éstos los que
ocuparán la cabeza del organismo político. Una constante acción paidética (pedagógica)
promovida por estos sabios arcontes y desarrollada por sus subordinados
inmediatos será la que determine qué posición en el organismo político es la
que le corresponde a cualquier ‘hijo de la polis’, ya que cualquier
alumbramiento habido en ella implicará la pérdida de los derechos de maternidad
o paternidad, después del periodo puerperal, y el ingreso del infante en la
polis para el servicio a ésta (principio de la eugenesia). Todas estas ideas
son las que determinan el grueso de su diálogo más extenso y más ‘orgánico’: República
(politeia: πολιτεία : política).
No obstante este esquema
no quedaría completo si lo exponemos al margen de un devenir más cronológico
(mítico) que estrictamente histórico. Según la visión que Platón, inspirándose
en las edades descritas por Hesiodo en Los
trabajos y los días, tuvo de este, atravesada también de elementos
mitopoiéticos (invención de mitos), desde una Edad de Oro dominada por arcontes
filósofos que realizaban el ideal de la polis en una Edad de Oro, y a lo largo
de un complejo proceso de accidentalización (tan complejo como puedan serlo las
distintas aleaciones que pueden practicarse partiendo del oro, la plata, el
bronce y el hierro), se habría advenido a una era o ‘edad de Hierro’
caracterizada políticamente por la promoción de la Tiranía despótica o
arbitraria.
El proceso, que Platón al
que Platón no se refiere exhaustivamente en pasaje alguno de República, ni de ningunún otro de sus Diálogos, es aproximadamente el
siguiente:
· Edad
de Oro (mandan los arcontes y hay armonía social) Þ
· Timocracia
( mandan los ciudadanos solventes, los ricos, imponen un modelo productivista)
Þ
· Oligarquía
(mandan los acaparadores y aparecen los ‘zánganos’) Þ
· Democracia
(manda un agregado social heterogéneo que lleva a la polis a la degradación y a
la guerra civil) Þ
· Anarquía
(nadie manda ni nadie obedece: es el inicio de la desintegración total de la
polis)
Así, pues está claro que el camino
correcto (a establecer por los rectores filósofos) es aquel que apunta y que puede conducir
hacia el ideal o modelo de la Edad de Oro que, de esta forma, aparece como una
utopía lejana pero posible (siempre y cuando sean filósofos u hombres de
conocimiento los que están al frente de los destinos de la polis). En el
establecimiento de esta meta ‘excelente’ algunos especialistas han advertido
sobre la posibilidad de una lejana influencia jónica; considérense, por
ejemplo, los contenidos de estos dos fragmentos de Heráclito de Éfeso cuyo
fondo intencional es perfectamente acorde con la utopía platónica.
DICCIONARIOS Y REPERTORIOS LEXICOGRÁFICOS.
- DICCIONARIO DE FILOSOFÍA DE HERDER EN CDROM 2ª edición. Jordi
Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.
- DICCIONARIO ETIMOLÓGICO DE LA LENGUA CASTELLANA. 1987. J.
Corominas.
- DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA DE LA REAL ACADEMIA. 22ª
ed.
- DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO ESPASA. VERSIÓN ABREVIADA, 1967.
- DICCIONARIO DE FILOSOFÍA. N. Abbagnano. Trad. de Alfredo
Galletti (1963) de la 1ª ed. italiana, de 1961. 2ª ed, 1974.
- BRUGGER, W. (ed.): Philosophisches Wörterbuch. Freiburg, Herder,
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Barcelona, 1998. 1ª reimpresión de la 1ª ed. revisada, aumentada y actualizada
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- OXFORD ENGLISH DICTIONARY (OED) EN CDROM.
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-
- MONOGRAFÍAS Y OBRAS DE CONSULTA GENERAL.
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- HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (I-V). N. Abbagnano. IV -V ed. por
G. Fornero. Tomo I (hasta la Escolástica), ed. 1978.
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- CATEGORÍAS. DE INTERPRETATIONE (ARISTÓTELES). ISAGOGÉ O
INTRODUCCIÓN A ‘CATEGORÍAS’ (PORFIRIO). Trad. Intr. y notas de A. García
Suárez, L.M. Valdés Villanueva, y J. Velarde Lombraña. 1999.
- LA CONTINUIDAD DIALÓGICO-FILOSÓFICA Y SU EXPRESIÓN EN LAS
LECTURAS INTERPRETATIVAS DE TEXTOS DE AUTOR. Conesa García, Enrique A. Tesis
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