comentario a un texto periodístico de opinión del escritor Félix de Azúa
Estamos
ante un texto periodístico 'de opinión' firmado por el exprofesor
de Filosofía y escritor Félix de Azúa, uno de lo sujetos más
activos y contestatarios de nuestro panorama cultural. El texto,
publicado por un medio de alcance nacional e internacional a finales del pasado
mes de septiembre (2013), entra en el debate actual sobre la reforma
educativa en España, pero acaba teniendo, tras su lectura, más interés
filosófico que periodístico o político. Seguramente la pérdida de
horas para la materia 'filosofía' en Secundaria, sobre todo en
Bachillerato, así como el nuevo tratamiento que va a darle a la
misma el actual ministro (al cual no nombra) serán los motivos que
le han animado a escribir y publicar este escrito. Abundan en el
texto las expresiones informales y el tono irónico, muy propios de
este escritor sobre todo en sus columnas o escritos periodísticos.
Pero insistimos en la idea de que la substancia del escrito, su línea
temática principal gira en torno al qué de la Filosofía y a la
relación de este saber con el resto de los saberes.
Al
iniciarse el fragmento por el que vamos a interesarnos en este
comentario el autor nos ofrece una doble definición o
caracterización de la Filosofía. La primera de ellas afirma que la
F. “es la disciplina intelectual más importante ...”; la segunda
característica es la de que la F. “no sirve para nada”. El resto
del fragmento -y de la totalidad del escrito- lo dedica Azúa a
justificar esta doble afirmación. Que la F. no sirve para nada no
es, en esta ocasión, un adorno irónico de Azúa aunque pueda
parecerlo. En todas las presentaciones o definiciones del saber
filosófico es una constante insistir en su carácter contemplativo o
teórico; igualmente -aunque este aspecto no es tratado por Azua- su
carácter desinteresado. La filosofía no sirve para nada, de
acuerdo, pero esto no constituye un defecto de este saber, ya que lo
que la F. busca, entre otras posibles metas de conocimiento, no es
susceptible de ser comprado, usado, desechado ni tampoco disfrutado
(en el sentido consumista del término). Que la F. no sirve para
nada, apuntamos hora desde nuestra parte, entra en contradicción con
una parte importante de su desarrollo a lo largo de la historia: Ha
servido de hecho, y sirve en la actualidad, para saber decir que no y
para proponer modelos o referentes de actuación en los órdenes
moral y político.
A
lo largo del fragmento y de la totalidad del texto son muchas más
las líneas que Azúa dedica a establecer una superioridad
jerárquica de la F. con respecto al resto de los saberes. Esta
superioridad estriba en el hecho de que “el interés de la F. es
más alto y está más arriba” que los de los otros saberes.
Explicación que nos ofrece el autor para que aceptemos su
valoración: La F. ha de mirar a los demás saberes desde una
posición más alta que las que estos ocupan, porque ¿cómo si no
iba la F. a establecer el marco dentro del cual han de situarse a
todos los saberes, incluyendo el del propio saber filosófico? Por
otra parte, y esto es una verdad histórica, cualquiera de los
saberes actualmente constituidos y en progreso se han separado, en
algún momento de su desarrollo,
del tronco madre de la F. Así, por ejemplo, Isaac Newton presentó
su obra más importante, los célebres Principia como
una Philosophia Phisicae Naturalis. Es
precisamente desde la Ilustración (s. XVIII) que los saberes
comienzan a independizarse de esa madre nutricia, la F., y a reclamar su
independencia y su carta de naturaleza como saberes autónomos. Pero
no por eso van a romper tales saberes su relación de dependencia con
la F. , ya que va a ser esta disciplina, la F., la encargada de
“establecer el marco en el que han de asentarse y relacionarse
entre sí todos los saberes”. Esta sería la irrenunciable vertiente
epistemológica de la F.
Una última idea que nos resulta
interesante de las apuntadas por Azúa en este artículo de opinión
de interés filosófico es la de que si los saberes científicos
renuncian a la exigencias conceptuales propias de la filosofía (la
de ir más al qué, y menos al cómo), entonces los saberes
científicos quedan reducidos a unos simples y superficiales
ejercicios de descripción. Resultarán entonces más fáciles,
entretenidos, aprovechables, útiles, etc., pero mucho menos, o nada,
filosóficos, perdiendo en tal caso integridad, profundidad y riqueza
conceptual.
Definitivamente, en este artículo se está mostrando -tal vez no de una forma literal y directa, pero sí de una forma irónica y confrontativa, al estilo socrático-, el poco interés de los gobernantes españoles por mantener la F. en los planes de estudios de Secundaria y Bachillerato, y mucho menos de aumentar su carga horaria y/o temática, como un síntoma de la degradación y la baratura culturales que es signo de nuestros tiempos y rasgo muy destacado del actual gobierno de la Nación. Cuyo ministro encargado de los asuntos relativos a la Educación, la Cultura, el Deporte, y no sabemos cuántos departamentos más se está manifestando como uno de los sujetos que más daño está haciendo y porfía por hacer al sistema estatal de Educación Pública aplicando unos criterios productivistas basados en el éxito, la rendición de cuentas, y en la concepción de la Educación como un 'gasto' y no como una inversión, y en la vuelta a un esquema académico de corte nacional-católico en el que, por ejemplo, se volverá a evaluar la asignatura 'Religión' (católica, cuál si no), que formará parte del currículo con los mismos efectos que la Lengua, las Matemáticas, o ... la Filosofía. Lo cual, a estas alturas del primer siglo del tercer milenio, no sabemos si resulta ya más escandaloso que ridículo.
Haciendo ya una valoración de la totalidad del artículo diríamos que Azúa ha conseguido azuzar y animar -y dirigir- nuestra atención hacia el tratamiento de ciertos elementos de nuestra cultura humanística por parte de las autoridades gubernamentales del Reino de España. El desprecio o la minusvaloración de la F., del arte, de las humanidades, y de las ciencias consideradas como una parte importante de nuestra concepción de la realidad (más allá de sus utilidades) es, desde luego, un signo de nuestros degradados tiempos. Y este ministro filosoficida, que nosotros tampoco nombraremos, está demostrando con sus declaraciones y sus proyectos escasamente educativos y muy uniformadores -en la moral del éxito y de la conformación con lo que hay- que conecta a la perfección con este espiíritu de degradación humanística y cultural que es, por desgracia, signo de nuestros tiempos.
Definitivamente, en este artículo se está mostrando -tal vez no de una forma literal y directa, pero sí de una forma irónica y confrontativa, al estilo socrático-, el poco interés de los gobernantes españoles por mantener la F. en los planes de estudios de Secundaria y Bachillerato, y mucho menos de aumentar su carga horaria y/o temática, como un síntoma de la degradación y la baratura culturales que es signo de nuestros tiempos y rasgo muy destacado del actual gobierno de la Nación. Cuyo ministro encargado de los asuntos relativos a la Educación, la Cultura, el Deporte, y no sabemos cuántos departamentos más se está manifestando como uno de los sujetos que más daño está haciendo y porfía por hacer al sistema estatal de Educación Pública aplicando unos criterios productivistas basados en el éxito, la rendición de cuentas, y en la concepción de la Educación como un 'gasto' y no como una inversión, y en la vuelta a un esquema académico de corte nacional-católico en el que, por ejemplo, se volverá a evaluar la asignatura 'Religión' (católica, cuál si no), que formará parte del currículo con los mismos efectos que la Lengua, las Matemáticas, o ... la Filosofía. Lo cual, a estas alturas del primer siglo del tercer milenio, no sabemos si resulta ya más escandaloso que ridículo.
Haciendo ya una valoración de la totalidad del artículo diríamos que Azúa ha conseguido azuzar y animar -y dirigir- nuestra atención hacia el tratamiento de ciertos elementos de nuestra cultura humanística por parte de las autoridades gubernamentales del Reino de España. El desprecio o la minusvaloración de la F., del arte, de las humanidades, y de las ciencias consideradas como una parte importante de nuestra concepción de la realidad (más allá de sus utilidades) es, desde luego, un signo de nuestros degradados tiempos. Y este ministro filosoficida, que nosotros tampoco nombraremos, está demostrando con sus declaraciones y sus proyectos escasamente educativos y muy uniformadores -en la moral del éxito y de la conformación con lo que hay- que conecta a la perfección con este espiíritu de degradación humanística y cultural que es, por desgracia, signo de nuestros tiempos.
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