jueves, 10 de octubre de 2013

Comentario al texto de FÉLIX de AZÚA "CONTRA CUALQUIER NOVEDAD" (octubre, 2013).

comentario a un texto periodístico de opinión del escritor Félix de Azúa


Estamos ante un texto periodístico 'de opinión' firmado por el exprofesor de Filosofía y escritor Félix de Azúa, uno de lo sujetos más activos y contestatarios de nuestro panorama cultural. El texto, publicado por un medio de alcance nacional e internacional a finales del pasado mes de septiembre (2013), entra en el debate actual sobre la reforma educativa en España, pero acaba teniendo, tras su lectura, más interés filosófico que periodístico o político. Seguramente la pérdida de horas para la materia 'filosofía' en Secundaria, sobre todo en Bachillerato, así como el nuevo tratamiento que va a darle a la misma el actual ministro (al cual no nombra) serán los motivos que le han animado a escribir y publicar este escrito. Abundan en el texto las expresiones informales y el tono irónico, muy propios de este escritor sobre todo en sus columnas o escritos periodísticos. Pero insistimos en la idea de que la substancia del escrito, su línea temática principal gira en torno al qué de la Filosofía y a la relación de este saber con el resto de los saberes.

Al iniciarse el fragmento por el que vamos a interesarnos en este comentario el autor nos ofrece una doble definición o caracterización de la Filosofía. La primera de ellas afirma que la F. “es la disciplina intelectual más importante ...”; la segunda característica es la de que la F. “no sirve para nada”. El resto del fragmento -y de la totalidad del escrito- lo dedica Azúa a justificar esta doble afirmación. Que la F. no sirve para nada no es, en esta ocasión, un adorno irónico de Azúa aunque pueda parecerlo. En todas las presentaciones o definiciones del saber filosófico es una constante insistir en su carácter contemplativo o teórico; igualmente -aunque este aspecto no es tratado por Azua- su carácter desinteresado. La filosofía no sirve para nada, de acuerdo, pero esto no constituye un defecto de este saber, ya que lo que la F. busca, entre otras posibles metas de conocimiento, no es susceptible de ser comprado, usado, desechado ni tampoco disfrutado (en el sentido consumista del término). Que la F. no sirve para nada, apuntamos hora desde nuestra parte, entra en contradicción con una parte importante de su desarrollo a lo largo de la historia: Ha servido de hecho, y sirve en la actualidad, para saber decir que no y para proponer modelos o referentes de actuación en los órdenes moral y político.

A lo largo del fragmento y de la totalidad del texto son muchas más las líneas que Azúa dedica a establecer una superioridad jerárquica de la F. con respecto al resto de los saberes. Esta superioridad estriba en el hecho de que “el interés de la F. es más alto y está más arriba” que los de los otros saberes. Explicación que nos ofrece el autor para que aceptemos su valoración: La F. ha de mirar a los demás saberes desde una posición más alta que las que estos ocupan, porque ¿cómo si no iba la F. a establecer el marco dentro del cual han de situarse a todos los saberes, incluyendo el del propio saber filosófico? Por otra parte, y esto es una verdad histórica, cualquiera de los saberes actualmente constituidos y en progreso se han separado, en algún momento de su desarrollo, del tronco madre de la F. Así, por ejemplo, Isaac Newton presentó su obra más importante, los célebres Principia como una Philosophia Phisicae Naturalis. Es precisamente desde la Ilustración (s. XVIII) que los saberes comienzan a independizarse de esa madre nutricia, la F., y a reclamar su independencia y su carta de naturaleza como saberes autónomos. Pero no por eso van a romper tales saberes su relación de dependencia con la F. , ya que va a ser esta disciplina, la F., la encargada de “establecer el marco en el que han de asentarse y relacionarse entre sí todos los saberes”. Esta sería la irrenunciable vertiente epistemológica de la F.

Una última idea que nos resulta interesante de las apuntadas por Azúa en este artículo de opinión de interés filosófico es la de que si los saberes científicos renuncian a la exigencias conceptuales propias de la filosofía (la de ir más al qué, y menos al cómo), entonces los saberes científicos quedan reducidos a unos simples y superficiales ejercicios de descripción. Resultarán entonces más fáciles, entretenidos, aprovechables, útiles, etc., pero mucho menos, o nada, filosóficos, perdiendo en tal caso integridad, profundidad y riqueza conceptual. 

Definitivamente, en este artículo se está mostrando -tal vez no de una forma literal y directa, pero sí de una forma irónica y confrontativa, al estilo socrático-, el poco interés de los gobernantes españoles por mantener la F. en los planes de estudios de Secundaria y Bachillerato, y mucho menos de aumentar su carga horaria y/o temática, como un síntoma de la degradación y la baratura culturales que es signo de nuestros tiempos y rasgo muy destacado del actual gobierno de la Nación. Cuyo ministro encargado de los asuntos relativos a la Educación, la Cultura, el Deporte, y no sabemos cuántos departamentos más se está manifestando como uno de los sujetos que más daño está haciendo y porfía por hacer al sistema estatal de Educación Pública aplicando unos criterios productivistas basados en el éxito, la rendición de cuentas, y en la concepción de la Educación como un 'gasto' y no como una inversión, y en la vuelta a un esquema académico de corte nacional-católico en el que, por ejemplo, se volverá a evaluar la asignatura 'Religión' (católica, cuál si no), que formará parte del currículo con los mismos efectos que la Lengua, las Matemáticas, o ... la Filosofía. Lo cual, a estas alturas del primer siglo del tercer milenio, no sabemos si resulta ya más escandaloso que ridículo.


Haciendo ya una valoración de la totalidad del artículo diríamos que Azúa ha conseguido azuzar y animar -y dirigir- nuestra atención hacia el tratamiento de ciertos elementos de nuestra cultura humanística por parte de las autoridades gubernamentales del Reino de España. El desprecio o la minusvaloración de la F., del arte, de las humanidades, y de las ciencias consideradas como una parte importante de nuestra concepción de la realidad (más allá de sus utilidades) es, desde luego, un signo de nuestros degradados tiempos. Y este ministro filosoficida, que nosotros tampoco nombraremos, está demostrando con sus declaraciones y sus proyectos escasamente educativos y muy uniformadores -en la moral del éxito y de la conformación con lo que hay- que conecta a la perfección con este espiíritu de degradación humanística y cultural que es, por desgracia, signo de nuestros tiempos.

No hay comentarios: